Las fuerzas ocultas
- Ediciones Casa de Papel
- 27 dic 2015
- 2 Min. de lectura

Cada vez que sucede una hazaña que no estaba prevista, cuando alguien realiza una acción que supera su vigor o cuando todo parece estar en contra y aun así logra su objetivo, recuerdo un breve y viejo cuento que me relató un amigo. Antes de decírmelo, aclaró que pertenecía al budismo zen. Como no sé nada de filosofía, tanto a este cuento como las narraciones populares de los sufíes los tomo como relatos brillantes, rebosantes de sabiduría. Lo que recuerdo no es literal, pero es la enseñanza que me quedó.
Cerca de la medianoche, en el antiguo Japón, un niño comenzó a enfermar y sus padres se angustiaron. Al ver que se agravaba y su vida estaba en peligro, el padre lo abrigó, lo tomó en sus brazos y corrió a llevarlo al médico. Para llegar hasta allí debía cruzar un puente que estaba vigilado por un samurai, ya que, a determinada hora, el señor de la región prohibía el paso. Cuando el padre se enfrentó al samurai, le suplicó varias veces que lo dejase pasar, pero el guerrero se negó a permitirle cruzar. «Cumplo órdenes. No puedes cruzar». «Mi niño va a morir». «Sólo podrás pasar si me vences». Desesperado, sin otra opción, dejó a su hijo a resguardo y se dispuso a pelear, como último intento de pasar y salvarle la vida. La lucha fue encarnizada; el samurai era demasiado enemigo para él, pero, de manera insólita, el padre pudo derrotarlo. «Me rindo», dijo el samurai. «Puedes pasar». El hombre tomó en brazos a su niño y antes de cruzar, dijo: «Es increíble que te haya vencido». «No lo es: soy yo el que no pudo vencer al amor que le tienes a tu hijo».
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