El acordeón del ciego
- Ediciones Casa de Papel
- 18 mar 2016
- 1 Min. de lectura

El ciego se paró entre las dos escaleras —la mecánica y la fija— que desembocaban en el enorme hall anterior a los molinetes del subterráneo. Tuve la falsa impresión de que quería subir por una de ellas, pero no encontraba cómo. Una jovencita dejó de atender el local de golosinas, el único que funcionaba, y se acercó al ciego, lo tomó de un codo y lo llevó al centro del hall. Le habló unas palabras y luego volvió a su comercio.
Ahí pude ver que el ciego tenía un acordeón colgado de su cuello. Lo comenzó a tocar. A su alrededor estaban los modernos locales aún vacíos, salvo la casa de golosinas. Se los veía sin estrenar. Fueron construidos para una época de bonanza comercial que todavía estamos esperando que llegue a Buenos Aires.
El ciego siguió tocando y enseguida se vio rodeado de la gente que bajaba presurosa a tomar el subterráneo. La ola humana pasó y él cerró la palma de su mano aferrando una moneda. Metió la mano en el bolsillo del saco y la dejó ahí. Luego volvió a su música, como si le tocara a los locales vacíos, esos que aguardan que las cosas cambien para bien, que todo se reactive, que fluya la inversión y circule el dinero.
El ciego también está aguardando, igual que los locales vacíos. La diferencia es que al ciego le alcanza con una moneda.
jparissi@gmail.com
Comments