No entendiste nada
- Ediciones Casa de Papel
- 12 jun 2016
- 1 Min. de lectura

Almorzando con Alfredo Grondona White se nos ocurrió hablar sobre la manera que tienen algunos de interpretar nuestros chistes y de cómo muchos quedan afuera de los códigos humorísticos. Tienen toda la buena intención de entendernos, pero son abundantes las veces donde responden con frases que nunca hubiéramos previsto. Me ha pasado de hacer un chiste de humor negro y que me respondan con pesadumbre: «Qué pena, ¿no?» No sólo no entendieron el chiste sino que les sumé una angustia más a su vida en lugar de exorcizar sus fantasmas con una sonrisa. O hacemos un chiste de parejas y al finalizar, en lugar de recibir la risa, escuchamos: «¿Todo bien en tu casa?» Por supuesto, no vale explicar nada, porque los chistes no se explican. Y tampoco le voy a contar las intimidades de mi hogar.
Tal vez, luego de unas horas —o de varios días, en el peor de los casos— nuestro interlocutor rememore el chiste que le hicimos y termine riéndose arriba del bus, en la cola para pagar un servicio o cuando va caminando por la calle. Con un poco de suerte, en algún momento lo va a entender.
Alfredo me comentaba que a veces siente dudas de largar un chiste repentino, porque no quiere terminar amargado en lugar de divertirse. Tiene miedo de decirle a un amigo, por ejemplo: «La última vez que me morí la pasé tan mal que no pienso morirme más», y que el amigo, en lugar de tirarse para atrás en la silla y soltar una risotada, diga: «¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?»
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