Gardeliano
- Ediciones Casa de Papel
- 9 oct 2016
- 1 Min. de lectura

Es difícil vivir sin tener un nombre cierto y un lugar de pertenencia. Para las vidas que transcurren en un carril normal esas dos carencias pueden parecer imposibles. ¿No tengo nombre? ¿No tengo lugar de pertenencia? Sí, es posible, y es más común de lo que uno cree. Hubo un tiempo donde se podía vivir sin esos entrometidos documentos que otorgan los Estados. Se podía ejercer oficios y trasladarse de país en país sin otro requisito que el certificado de la vacuna antivariólica. Eran sujetos sin control estatal aunque, en su mayoría, tenía claro quiénes eran y de dónde venían. Pero hubo —y hay— seres que no saben cuál fue su origen, de dónde descienden o por qué llegaron al lugar donde están, y sienten, a lo largo de su vida, el terrible vacío de no saber quién los gestó.
Todos los seres vivos necesitan una madre, y el ser humano mucho más, porque es consciente de su pasado, de su presente y su futuro como ningún otro habitante de la Tierra. Aunque la vida le sonría, aunque la fortuna los acune, aunque la fama los acaricie, al hombre o la mujer que no conoce su pasado le seguirá doliendo, de manera atroz, esa fracción de su vida que le falta.
Hoy estuve escuchando a Carlos Gardel. Como siempre me pasa al oírlo, noté en el fondo de su voz un residuo de tristeza.
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