“El hombre es bueno, pero si se lo vigila, es mejor”, sentenció hace muchas décadas un político de fuste. Claro, hablaba del hombre en general, pero creo que ese no es el ideal humano. Lo correcto es que sea bueno aunque no lo vigilen.
Pensaba en esto cuando recordé algo que me contó Raúl Portal, un veterano showman de televisión. Su padre, que había venido de Francia cuando niño, tenía la rectitud de la buena gente, ésa que no admite otra manera de ser.
Una tarde, jugando al fútbol con otros niños, le rompió el vidrio de la ventana de su vecina. Enseguida, el grupo de jugadores se desbandó y Raúl llegó a su casa con una notable cara de culpa. El padre se dio cuenta que algo había hecho mal y le pidió que le contara qué le había pasado.
—Con la pelota le rompí el vidrio a Dolores. ¡Pero no me vio nadie!
—¿Cómo que no te vio nadie? ¡Te viste vos!
Lo llevó delante de Dolores y le dijo a la vecina qué había hecho su hijo y que se iba a ocupar de pagar la colocación de un nuevo vidrio.
Tres o cuatro décadas después, estaba en Mar del Plata y se le ocurrió ir a ver una exposición de pinturas de su amigo, el gordo Porcel quien, además de actor, era artista plástico. No había nadie en el salón cuando llegó acompañado de su monito, la mascota que llevaba a todos lados. En un descuido, el mono saltó, tiró un cuadro al suelo y su vidrio se rompió. Portal salió del salón y fue de inmediato al hotel donde paraba el cómico. Apenas abrió la puerta, dijo:
—Jorge, rompí el vidrio de un cuadro tuyo. Vine a decirte que te lo voy a pagar—. Hizo una pausa y añadió—: ¿Sabés quién me manda? Me manda mi papá.