Entre la maraña de frases que desbordan en la red digital, hubo una de Martin Luther King —dicha o escrita, no sé qué contexto— que me gustó de manera especial. «A través de la violencia puedes matar al que odias, pero no puedes matar el odio», dicen que dijo. Considero que es la manera exacta de ver el tema del odio: el que odia piensa que con la destrucción del objeto de su odio podrá liberarse de ese sentimiento. Es falso. El odio no está afuera, en aquello que se odia, sino dentro de uno, y no se termina con la eliminación del otro. El odio, sentimiento irracional, se mantiene perenne en el alma y cuando ha destruido un objetivo, buscará otro donde volcarse.
Además, esta irracionalidad que es el odiar siempre trata de pasar como un sentimiento aceptable, como algo necesario para tomar fuerzas y emprender una acción altruista. Esto lo imagina buena parte de la humanidad que ha sido ganada por el odio, y no lo supone por maldad sino por ignorancia. El odio se camufla cuando suelen ponerlo como la antítesis del amor y goza, por proximidad, del relumbrón que da el acto de amar. ¿Y si la antítesis del amor fuera el desinterés? Puede ser que tenga interés de amar a diez personas y desinterés de amar al resto. ¿Si amo a diez, debería odiar al resto tal como me lo sugiere esta supuesta antítesis?
Saber qué es el odio y entender cuál es su verdadera condición, nos llevará a ser un poco mejores cada día.